ARLINGTON, Texas – Una linterna sobre su cabeza y perros de la patrulla fronteriza a su alrededor le hicieron pensar a María Granados que no iba a poder entrar a Estados Unidos. El sueño de volver a vivir con sus hijos se destruyó en su mente.
Lo que Granados no se dio cuenta fue que ya estaba en Estados Unidos y que la posibilidad de vivir con sus hijos aún estaba viva.
Entre 2014 y 2015, 3.1 millones de nuevos inmigrantes legales e ilegales se establecieron en Estados Unidos, según el Centro de Estudios de Inmigración. Hasta 2023, la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de EE. UU. ha encontrado un total de 2.045.838 personas en la frontera terrestre suroeste.
Granados e Isaac Hernandez fueron parte de esos nuevos inmigrantes que se establecieron en Estados Unidos entre 2014 y 2015. Ambos con su propia historia única de cruzar la frontera para reunirse con su familia.
Granados tenía una vida normal en El Salvador, tenía una tienda donde vendía refrescos y comida los fines de semana. Al final del día, ganaba entre $35 y $40 al día.
En 2013 su esposo y sus dos hijos, uno de 14 años y el otro de 12 años, llegaron a Estados Unidos con su residencia.
El plan que tenía Granados era esperar a que su esposo también le diera la residencia, pero después de un año, la situación de las pandillas en El Salvador empeoró. Según un artículo de USA Today, en 2015 fueron asesinadas 6.657 personas.
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Hernandez tenía 16 años cuando su madre le pidió que se mudara a Estados Unidos con ella porque estaba empezando a ser acosado por las pandillas en El Salvador.
Hernandez y su hermano Carlos Hernandez, de 14 años, comenzaron su viaje en 2014 desde El Salvador a Estados Unidos con solo $80 cada uno en sus bolsillos.
Cruzaron de Guatemala a México y su guía simplemente desapareció. Había un emigrante hondureño que estaba en su segundo intento de cruzar la frontera y recordó el lugar donde se reunían todos los emigrantes.
Los guió hasta un motel donde esperaron dos semanas a que otro guía los llevara.
“No haciamos nada, las camas eran de piedras me acuerdo”, Hernandez dijo. “Nos levantábamos y para ahorrar dinero comíamos una o dos veces al día”.
Cuando finalmente un guía decidió llevarlos, le dijo al grupo que necesitarán mejor ropa y verse limpios para no llamar la atención.
En el momento en que se estaban cruzando, se estaba llevando a cabo la Copa Mundial de la FIFA 2014, por lo que Hernandez y su hermano decidieron comprar camisetas de México como una forma de disfrazarse.
Reanudaron su viaje y la segunda noche, cuando rodeaban una caseta de inmigración por el bosque, les asaltaron.
“Nos quitaron todo lo que traíamos. Llevaba unos $50 que fue lo que nos sobró de lo que mi mamá nos había mandado para comprar ropa” le dijo. “El dinero del coyote, si alguien tenía diez pesos se llevaban los diez pesos. Nos dejaron sin nada”.
Si alguien no tenía dinero ni nada para darles a los ladrones, lo secuestraban. Nadie fue sacado de su grupo porque su guía los protegió.
Durante tres días caminaron en las vías del ferrocarril de La Bestia, en ese tiempo el tren no funcionaba por lo que tuvieron que caminar. Su grupo era un grupo de 10 personas incluido el guía y tres niños de cinco años. Todos se turnaban para cargar a los niños.
En el camino se encontraban con personas que los ayudaban con comida y agua pero también se encontraban con personas que no querían ayudarlos en absoluto, algunos de ellos porque tenían miedo.
Cuando llegaron a una casa donde había unos 50 inmigrantes, los guías comenzaron a distribuir a las personas entre ellos para saber por dónde iban a cruzar.
Él estaba en un grupo de menores y los guías los llevarían por un camino más seguro.
Su grupo fue entregado a una mujer que los llevó a una casa. Allí los mantuvo durante aproximadamente una semana. Fueron secuestrados por ella pero él nunca lo supo hasta que su madre se lo contó.
La mujer pedía $500 por cada uno de ellos para liberarlos.
Cuando la madre de Hernandez dio el dinero, les dijo que se prepararan para cruzar.
Dos hombres vinieron a recogerlos, eran chicanos. Le explicaron al grupo lo que iban a hacer cuando estuvieran del otro lado porque ellos no se iban a cruzar con ellos. Les dijeron al grupo que del otro lado tendrían que encontrar un camión y tendrían que subirse.
Hernandez no cabía en el tubo de agua inflable que tenían para cruzar, así que él y otros estaban sujetados de un lado empujándolo hacia el otro lado.
Cuando entró en Estados Unidos, sintió un alivio.
“Ya estamos acá, sentí un gran alivio”, Hernandez dijo. “En eso comenzamos a caminar para arriba porque era una montaña. Encontramos una carretera que pensamos que esa era y en eso paso una Suburban negra, el chavo nos vio y se regresó y nos preguntó si necesitábamos ayuda, le dijimos que estábamos bien pero obviamente si necesitábamos… Él era un agente de migración”.
Hernandez y su hermano fueron llevados a una hielera, que son celdas de detención. Estuvieron allí durante una semana y luego los llevaron a un refugio donde llamaron a su mamá para que los recogiera.
Hernandez ha estado viviendo en los Estados Unidos desde hace ocho años, tiene una hija de 6 años y obtuvo un permiso para trabajar legalmente, él y su hermano decidieron abrir un taller de reparación de automóviles aquí en Arlington hace dos años, ABAS Auto Service Center and Towing 2.
Todavía está esperando su residencia, pero cuando la obtenga planea visitar El Salvador y hacer negocios allí.
“Planeo ir para allá y hacer negocios al mismo tiempo, no solo aquí [Estados Unidos] y ayudar a la economía de mi país a crecer al mismo tiempo para que la gente no tenga que seguir viniendo”, Hernandez dijo.
Está pensando en abrir una concesionaria de autos o hacer algo en turismo para ayudar a generar empleo en El Salvador.
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La casa de Granados era la primera de una colonia, había un gran árbol y arbustos frente a la casa por lo que los pandilleros usaban esos lugares para esconder sus armas cuando pasaba la policía.
Hubo un momento en que escuchó a los pandilleros golpeando a alguien y la mayoría de las veces hablaban en voz alta con amenazas para cualquiera, así sabían que si le decían algo a la policía, los lastimarían.
Su esposo le preguntó a Granados si estaba dispuesta a cruzar la frontera con su concuña y por sus hijos y la situación de las pandillas ella dijo que sí.
“Una parte por eso (la situación de las pandillas) y la otra porque pues ellos se vinieron pequeños y lloraban cada día que me hablaban. De hecho ella (su hija) se enfermó”, Granados dijo.
En marzo de 2015 intentó por primera vez cruzar la frontera pero fue detenida por la patrulla fronteriza de México a las pocas horas en México. Lo intenté por segunda vez el mismo mes, apenas una semana después, pero también nos detuvieron.
“La segunda vez que nos agarraron fue prácticamente porque el guía nos dejó tiradas porque a él lo detuvieron y pues nosotras nos quedamos solas, pero nosotras seguimos”, ella dijo. “Él nos había dicho más o menos como íbamos a hacer pero igual nos agarraron también pero más arriba”.
Decidió intentarlo una última vez.
Esta vez con un guía diferente, tenían dos guías, todavía ellas dos y una persona más.
En Guatemala esperaron tres días para cruzar la frontera entre Guatemala y México porque estaba feo para cruzar. Sus guías y otros guías decidieron cruzarlos por el mar. Había tres lanchas y en cada una de ellas viajaban 37 personas.
A la mañana siguiente llegaron a México donde utilizaron autobuses y un tren para cruzar el país.
Llegaron a una bodega en Reynosa donde tuvo que esperar tres días hasta que le tocará cruzar. Su concuña logró cruzar el día anterior. Cuando le llegó el turno de cruzar, podía ver las linternas de las patrullas fronterizas al otro lado y también ver a las patrullas fronterizas que iban en motos de agua haciendo agujeros en los botes inflables.
Mientras esperaban, sus guías les explicaron lo que harían al cruzar.
Granados pudo ver la torre de agua con el nombre de Laredo, esto le dio esperanza y fuerza.
“Ya casi dije yo. Ya me sentía más cerca nomás dos días y ya estoy con mis hijos”, ella dijo.
Los guías que la cruzaron a los Estados Unidos eran sólo adolescentes y, por lo que pudo ver, estaban ebrios. Uno de ellos les dijo que se agacharon y cuando lo hacían la patrulla fronteriza estadounidense los atrapó.
“Ahora si ya no me vuelvo a venir, hoy si está es la última, la tercera vez, pero según yo aun estaba en México”, Granados dijo.
La llevaron a una hielera y luego la trasladaron al Centro Residencial T. Don Hutto en Taylor, Texas, donde se reunió con su concuña, quien le dijo que ya se había comunicado con su esposo.
Granados, su esposo y sus dos hijos se reunieron por primera vez en meses en el Centro Residencial T. Don Hutto. El 16 de junio de 2015, con una fianza de $1500, consiguió salir del centro y empezar una nueva vida en Estados Unidos.
Granados ahora está divorciada y trabaja en una fábrica donde corta pescado.
“Hay ventajas y desventajas de la vida de aquí”, Granados dijo. “Pero me gusta porque estoy con mis hijos”.